-¿Adónde
vamos?- pregunté.
-Ya verá.
El auto
estaba en marcha, el transito era fluido, no me importaba adónde íbamos,
siempre y cuando estuviera con Danniel, hasta ir al noveno circulo del infierno
sonaba grandioso.
A
diferencia de Mateo, el silencio con Danniel no resultaba incomodo, era
agradable, como si ambos hubiéramos acordado no decir una sola palabra.
Por el
parabrisas, el cielo se comenzaba a nublar, las nubes se juntaban ocultando al
sol.
Las
calles me comenzaban a parecer conocidas.
-¿Me das
una pista de adónde vamos?
-Muy
bien- hizo una pausa. –Ya has estado antes ahí.
-¿Al
parque?
-No.
-¿A
“Esquina del cielo”?
-No.
-Me
rindo.
Él siguió
avanzando entre los coches, sin decir nada, ese silencio cómodo se apoderaba
del ambiente una vez más.
-Hemos
llegado- dijo estacionando el coche.
-¿Adónde?-
no entendía nada, no veía nada fuera de lo común.
-Ahí-
señalo al hospital, donde había estado hace poco y claro donde trabajaba su
papá.
Mis
prospectos eran cada vez más románticos, uno me llevaba a un fumadero, el otro
a un hospital, con suerte pronto conseguiría a un chico que me llevara a una
morgue.
Bajamos
del auto, y Danniel me hizo seguirlo.
-¿Por qué
no metiste tu coche al estacionamiento?
-Para
pasar desapercibidos, tú sólo sígueme.
Y así lo
hice, lo seguí; algo que era irónico, fue que a pesar de no haber usado el
estacionamiento fue que aun así entramos por ahí.
Subimos
por un ascensor y lo seguí a través de unas escaleras. Los zapatos, a los
cuales no estaba acostumbrada, me estaban matando, no aguantaba más.
-¿Falta
mucho?- pregunté, tratando de disimular el dolor.
-No, ¿por
qué?
-Nada
más- fingí una sonrisa.
Lo seguí
a paso firme, era un poco difícil, los pies me lastimaban cada vez más.
Finalmente, Danniel se puso frente a una puerta, la empujo un poco, y me hizo
una seña para que lo siguiera, fui con él, al cruzar esa puerta, quede
asombrada, ¡habíamos subido hasta el ultimo piso!
-Y bien-
sonrió -¿qué te parece?
La ciudad
se veía increíble desde las alturas, a pesar de que el cielo estaba oscurecido
por las nubes, el espectáculo no dejaba de ser impresionante.
-Ven- me
invito.
Me
acerque a él, me tomo de la mano y nos sentamos al borde de aquella
edificación.
Mire
hacia abajo, cosa que fue mala idea.
-¿Qué
pasa?- pregunto.
-Nada-
dije tratando de no mirar hacia abajo –sólo que no soy muy afín a las alturas.
Él se río
por lo bajo.
-No es
gracioso.
-Lo es.
-No, no
lo es- soné un poco molesta –no es gracioso, pensando que podría caer y morir.
-No
pasará.
-¿Cómo
estas tan seguro?
-Porque, yo
no permitiría que te pasara algo malo.
Voltee y
me sonroje, él soltó una risita y volvió a ver hacia en frente.
Hicimos
silencio, el viento comenzó a soplar, una fuerte ráfaga de viento nos azoto,
era agradable sentir aquella briza jugando con mi cabello suelto.
Me
levante de aquel borde y di una vuelta por el edificio, Danniel me siguió el
paso.
-Este
lugar es lindo.
-Es mejor
que un fumadero- me sonrió de nuevo.
Un rayo
ilumino el cielo y después de un trueno, la lluvia comenzó a caer, suave y
refrescante.
Corrí
para entrar de nuevo, Danniel me detuvo.
-¿Le
tienes miedo a un poco de agua?
-Le tengo
miedo a resbalar y morir, con estos incomodos zapatos.
-Tengo la
solución- extendió sus manos –dámelos- sonrío malicioso.
-¿Para
qué?
-Dámelos-
insistió.
Seguí sus
instrucciones, como si estuviera hipnotizada, me quite ambos zapatos, sentí un
inmediato alivio al sacar esas armas de tortura de mi pies. Sentí el suelo de
la cima de aquel edificio, frio y húmedo por la lluvia. Le entregue los zapatos
y el chico sonrió triunfante.
-¿Ahora?
-Ahora…-
hizo una pausa –sígueme.
Lo seguí
de nuevo a un borde de aquel edificio.
Puso los
zapatos en el aire y los soltó.
-Listo
problema resuelto.
-Sí
claro, dile eso a la persona que acabas de matar con esos zapatos.
-No creo
que alguien muera por el golpe de unos zapatos… a cien metros, mira lo bueno es
que si golpean a alguien, estamos frente a un hospital.
Ambos reímos,
la lluvia seguía empapándonos, mis ojos se posaron en sus bellos ojos azules,
parecían zafiros.
Me puse
de puntitas y le di un beso, él respondió.
Estábamos
ahí, bajo la lluvia, fundiéndonos en un beso, no importaba que estuviera
lloviendo, el calor de ese beso hacia desaparecer el frio de la tormenta, como
si el calor de nuestros labios evaporara todo eso. Se sentía como si con ese
beso le estuviera diciendo todo lo que no le había dicho.
-Lola- se
alejo de mi rostro. –Me gustas.
-Tú… me
gustas muchísimo.
-Lola…-
me dio un beso corto y suave –yo…
¿quieres ser mi novia?