La lluvia
golpeaba mi ventana, una mañana de verano como cualquier otra, no había dormido
bien, pues varios sueños me habían mantenido despierta.
-¿No se
supone que tienes que vigilar mis sueños?- repliqué al atrapa sueños que había
colgado en la cabecera de mi cama.
Me arroje
de nuevo a las almohadas y cerré los ojos.
Necesitaba
a Valeria, ¿por qué se va cuando empiezan a suceder estas cosas?, no es justo,
a lo mejor, hay un ser cósmico allá arriba, que disfrutaba verme sufrir.
La puerta
de la habitación se abrió y mi madre entró.
-Lola,
levántate.
-¿Por
qué?- dije metiéndome entre las sabanas. –Esta lloviendo.
-Porque
son las once, además, ¿qué tiene que ver la lluvia?
-Se me
esponjara el cabello.
-Siempre
puedes raparte y entrar a un culto.
Mi mamá
jalo la sabana, dejándome descubierta.
-Eso es
grosero- me senté en la cama.
-Levántate,
hoy me ayudaras a limpiar “el cuartito”.
“El
cuartito” es eso un cuarto, que usamos como bodega, ahí podemos encontrar desde
muebles que ya nadie usa, ropa y juguetes viejos, incluso regalos que en algún
momento fueron entregados a mis padres, pero por alguna circunstancia (pena)
nunca utilizaron.
-Dile a
Sofía.
-Tu
hermana se fue con una amiguita a jugar desde temprano.
-Mamá,
¡Por Dios!- fingí asombro –controla a esa niña, sale demasiado, ¿qué sigue?
¿comenzar a fumar?
-Lola…
-Bueno
ya- me levanté de la cama y entre al baño.
Una vez
fuera me vestí, un pants y una camisa suelta, atrapé mi cabello en un chongo,
sujetado por una pinza.
Con pocas
ganas y aun extrañando mi cama, baje a ayudar a mi mamá con “el cuartito”.
El lugar
estaba apenas iluminado, mi mamá estaba en una esquina frente a un baúl viejo.
Me acerque entre cajas en el suelo y una pequeña mesa con regalos guardados y recolectados
durante años.
-¿Qué
haces?- me senté al lado de ella.
-Nada…
sólo mirando estas cosas viejas- sonaba un poco nostálgica.
Eche una
mirada en el baúl, dentro de este se encontraban, una serie de cosas viejas,
algunas pertenecientes a mis padres, otros recuerdos que mi abuela había
dejado.
Introduje
mi mano, pues una vieja cobija me había llamado la atención.
-¡Por
Dios- exclame –aun existe!
La
pequeña cobija, que se encontraba en mis manos, era nada más y nada menos, que
mi vieja cobija de bebé, era rosada y tenia bordada mi nombre, tuve una cierta
dependencia hacia ella, hasta que cumplí cinco años.
-Al
parecer, también te habías olvidado de esto- mi madre sacó un oso de peluche,
con la oreja rota y con un ojo faltante del baúl.
-¡Cristo
redentor!- estire mis brazos y tome al oso. –¡Brownie!
Brownie,
era mi mejor amigo… mi único amigo, al menos hasta que cumplí siete años, era
la única persona… cosa con la que podía platicar, yo solía ser una niña
solitaria hasta que aparecieron Valeria y Demian.
-No puedo
creer que lo haya olvidado.
Tome al
oso y lo puse a un lado mío, desde ese momento decidí no separarme de él de
nuevo.
Comencé a
husmear dentro del mismo baúl, encontré cosas como ropa de bebé, juguetes
viejos, pequeñas cajas y otras cosas más. Pude divisar una caja de madera, del
tamaño de una caja de zapatos, saque la caja, que estaba pintado con una capa
de pintura azul y unos grabados en dorado.
-¡Oh por
Dios!- ahora era mi madre la sorprendida.
Me
arrebato la caja de las manos.
-De nada…-
susurré. –¿Qué es?
-Creo que
ya hemos limpiado mucho, ¿qué tal una taza de té?
-Pero no
hemos hecho nada…
-Hemos
trabajado mucho- me guiño un ojo. –Ven.
Mi madre
se levanto y salió de la habitación, yo tome a brownie y la seguí hasta la
cocina.
Una vez
en la cocina, mi madre encendió una tetera, yo me senté muy cerca de la pequeña
meza que teníamos dentro de la cocina.
Mi mamá,
se acerco al estéreo que siempre usa para escuchar música mientras cocina, la encendió
y comenzó a sonar “Cool” de Gwen Stefani.
Se sentó
frente a mi.
-Sabes,
había estado buscando esto por mucho tiempo- comento mi madre.
-¿Por qué?,
¿qué hay dentro?
Mi mamá
abrió la caja y saco algunas fotografías, junto a un montón de cosas, sin
relación alguna.
-Mira- acerco
una fotografía. –Soy yo cuando tenia quince años.
Era
increíble ver el parecido que tenia con mi madre a esa edad, claro que una de
las diferencias mas notables, es que ella era más alta que yo.
Acerco
otra más, eran dos jóvenes, una chica y un chico, abrazados y sonrientes, él
con una barba de al parecer una semana y ella con un cabello largo y liso,
debajo de la foto había algo escrito, Lucero y Rodrigo, 1992.
-¡Cristo
redentor!, son tú y mi papá.
-No me
digas…- murmuro ella.
Mi madre
se levanto y fue por la tetera, y en dos tazas comenzó a servir el té en ellas,
saco un plato de galletas y las llevo junto con las tazas de té a la mesa.
-Que
guapa eras.
-¿Era?
-Bueno…
eres, pero bueno, tú sabes, yo…
-Sí, ya
te entendí- me interrumpió.
Comencé a
hacer cuentas, si la foto había sido tomada en 1992, habían pasado…
-¡Veintiún
años!
-¿Qué?-
pregunto mi madre.
-Tomaron
esa foto hace veintiún años.
-Con
razón te va tan bien en matemáticas- dijo llena de sarcasmo. Comenzó a
desmoronar una galleta y le dio un sorbo a su té.
Un
estruendo retumbo por todos lados, al parecer la tormenta había empeorado. Mi
madre no parecía ni notarlo, seguía absorta examinando esos objetos y
sonriéndoles, como si en cada uno de ellos hubiera un pedazo de ella.
-Mira- me
acerco unos boletos amarillentos, con fecha del años 1993. –Son del primer
concierto al que fui con tu papá.
Comencé a
examinar los boletos, parecía toda una eternidad, veinte años, eran una prueba
viviente del amor que se tienen mis padres.
-Sabes-
mi madre comenzó a hablar –siento que ha pasado tanto y tan poco tiempo, desde
que conozco a tu padre, nunca creí que él y yo llegaríamos tan lejos, el día
que nos casamos, fue el mejor día de mi vida, claro apenas superado por tu
nacimiento y el de tu hermana- hizo una pausa y le dio otro trago al té y tomó
otra galleta. –Tampoco puedo creer que ya tenga una hija de catorce años y otra
de siete, me siento… vieja.
Mi mamá
sabia como arruinar el momento a veces.
-¿Por qué
lo dices?
-Porque
tú, ya casi cumples quince, pronto vendrá la preparatoria, crecerás y te irás
de la casa, tu hermana hará lo mismo en algún momento.
Di un
trago a mi té, mi mamá sonaba angustiada, tal vez por el hecho de asumir que
Sofía y yo estábamos creciendo.
-Vamos,
aun falta mucho para eso.
-Sí, pero
el tiempo pasa rápido, en un abrir y cerrar de ojos, tú estarás saliendo de
esta casa, casada, con una familia.
-Ni
siquiera tengo novio.
-Pero eso
va a cambiar.
Solté un
suspiro y mire fijo a la taza.
-¿Qué
pasa?
-¿Con
qué?- pregunte.
-Suspiraste.
-Yo siempre
estoy suspirando.
-Sí, pero
mencione novio y te pusiste pálida, ¿pasa algo?
-No…
-Lola.
-Bueno
sí.
-¿Es
sobre un muchacho?
-Algo
así.
¿Cómo que
algo así?
-Pues…
-Anda,
Lola, dime ya, soy tu madre, no una vidente.
-Okay- no
sabia como explicarle que estaba en uno de esos triángulos amorosos que
aparecían en las películas. –Bueno, verás- comencé con mi explicación –hay un
chico.
-¿Demian?
-No,
mamá, no, cuantas veces te debo decir que sólo somos amigos.
-Bueno,
ya continua.
-Bueno,
este chico me tiene un poco confundida, digamos que no es muy claro con sus
sentimientos y me da señales confusas.
-¿Qué
clase de señales?- preguntó mi madre que estaba muy atenta mientras arrasaba
con el plato de galletas.
-Pues a
veces me presta atención y otras apenas existo para él- hice una pausa y
suspire de nuevo. –Y luego esta este otro chico.
-Espera-
abrió mucho los ojos –¿dos chicos?
-Sí, pero
este- hice una pausa -… este chico, parece más interesado que el otro, así que
salimos una vez, y ahora resulta que esta confundido.
Mi mamá
se quedo callada, analizando la situación con la taza de té en la mano, yo tome
la mía y di un pequeño.
-¡Mateo!-
gritó.
Casi tiro
la taza.
-¿Qué?
-Es
Mateo- contestó –saliste con él.
No dije
nada y seguí tomando té, sin decir nada.
-¡Oh por
Dios!, si es él.
-Brownie contéstale
tú.
-Lola…
-Bueno,
si, ya es él.
Comencé a
sentir como toda la sangre se me iba directo a la cara, apuesto a que, me
estaba poniendo más roja que un tomate.
-¿Quién
es el otro?
-¿Eh?
-El otro
chico.
-Se llama
Danniel no lo conoces.
-Okay.
-¿Crees
qué mi papá se moleste si tengo novio?
-No creo,
¿por qué debería?
-Porque
Mateo tiene dieciséis.
-No es
mucha la diferencia- se comió una galleta. –¿Cuántos años tiene el otro chico.
-Diecinueve-
dije por lo bajo.
-¡Diecinueve!,
por Dios.
-Que
exagerada- comente. –Además, tú y mi papá se llevan cinco años.
-Sí, pero
cuando nosotros comenzamos una relación, ambos éramos ya, mayores de edad.
Demonios,
¿cómo combatir ese argumento?
-YOLO-
bien hecho Lola, que inteligente eres…
-¿Qué?
-Nada-
conteste. –Mira, Danniel es un buen muchacho.
-¿Cómo
estas tan segura de eso?- mi madre es muy astuta.
-Pues…
porque sí, te lo juro por la tumba de mi abuela.
-¡Tu
abuela sigue viva!- contesto. –Lola- suspiro –¿Sabes que tu papá y yo queremos
lo mejor para ti, verdad?
-Como
todos los padres- asentí.
-Y por
eso no queremos que te lastimen.
-Okay.
Mi madre
se levanto de su silla, y se acerco a mi, yo me levante también y nos
abrazamos. Se sintió tan bien, uno de esos abrazos protectores y llenos de
calor que sólo una madre podría dar.
Mi
celular comenzó a sonar, perfecto para arruinar, el momento, mensaje de Mateo,
era el mapa para ir a la fiesta, ahora sólo tenia que decidir, ir con Mateo a
la fiesta o estar con Danniel en una esquina del cielo.