Entre más avanzábamos, menos conocía
el lugar, las calles, los nombres, todo me parecía desconocido.
-¿Ahora me dirás adónde vamos?-
pregunte por cuarta vez.
-Ya has preguntado eso como cinco
veces- contestó.
-Cuatro.
-Bien, son casi cinco- dijo –creí
que no insistirías.
-Me conoces muy poco.
-Eso veo- esbozo una sonrisa.
Seguimos avanzando hasta que la
carretera desapareció, el camino se había convertido en un suelo de tierra
irregular, uno de esos terrenos baldíos que resultaría perfecto para un crimen.
-Sabes, esto me recuerda a una
película-dije.
Danniel detuvo el auto, yo seguía
sin ver nada.
-¿A cuál?
-Tú sabes- trague saliva y trate de
parecer serena –esa donde un chico lleva a una chica a un lugar desolado y
luego le pega con una pala sucia en la cabeza– ni siquiera estaba segura si
existía una película así.
-Oh, lamento decepcionarte- contestó
tranquilo –la pala que traigo en la cajuela esta limpia.
El chico de cabello rubio comenzó a
reír.
-¿Siempre eres así de paranoica?
-A veces más.
Se acerco a mi y me comenzó a besar,
comencé a acariciar su rostro y pase mis dedos por sus mejillas.
-¿Entonces es uno de esos lugares
donde los chicos llevan a las chicas?- dije con mi frente recargada sobre la
suya.
-No- me dio un suave besos –es uno
de esos lugares donde los chicos llevan a comer a las chicas.
Me separe de su rostro y mire por la
ventana.
-Pues un terreno baldío de noche, no
es exactamente la idea que tenía acerca de un picnic romántico.
Danniel salió del auto e
inmediatamente fue a abrir mi puerta.
El clima del exterior era cálido, en
esta parte de la ciudad las estrellas se ven de una forma clara, el cielo no
estaba cubierto del molesto smog. Baje del auto y Danniel me tomó de la mano y
lo seguí.
-Este lugar te encantará.
El terreno estaba lleno de chatarra,
vagones de antiguos trenes, debían tener cerca de cien años.
-Genial, haz cumplido mi sueño,
siempre he querido ir a un terreno baldío a ver trenes, gracias- solté con
sarcasmo –si nos damos prisa tal vez el basurero no este cerrado.
Danniel no dijo nada, sólo una
sonrisa y tomo mi mano aún más fuerte, lo seguí hasta estar frente a uno de los
vagones. Danniel, con toda naturalidad toco la puerta, como si tratase de
alguna reunión familiar o de amigos a la que estuviera invitado.
Sin comprender, me quede expectante,
no sabía que había detrás de aquella puerta, tal vez una fiesta con
desamparados o una pijamada con vagabundos, a estas alturas podía esperar lo
que fuera.
La oxidada puerta hizo un ruido
chirriante a causa de su degradado estado,
la estaban abriendo. La puerta comenzó a moverse dejando escapar algunos rayos
de luz y lo vi, el restaurante más extraño del mundo.
-¿Es un restaurante?- tenía duda.
-Un restaurante dentro de un
ferrocarril abandonado- dijo Danniel.
Danniel me soltó la mano y dio un
salto dentro del vagón, una vez dentro me extendió una mano.
-¿Tienes hambre?- preguntó, todo él
estaba iluminado por la luz que emanaban los pequeños focos de las series de
navidad.
-Mucha- tome su mano y elevada por
él subí al vagón y choque contra su cuerpo, él me rodeo la cintura con sus
brazos y nos unimos en un beso.
El vagón, se cerró de nuevo,
haciendo un ruido que hubiera molestado a cualquiera, menos a mi, estaba en los
brazos de Danniel, sus ojos me tenían hechizada y su aroma me impedía pensar en
otra cosa. Loción y menta, me gustaba su olor, me hacia no querer soltarlo.
Lentamente, sus labios se separaron
de los míos, su mano paso por mi rostro e inmediatamente comenzó a sonreír. De
la mano, me llevo a la mesa, nada exagerado, un mantel blanco, dos copas y un
arreglo florar en el centro, pude notar que había otra igual a una distancia
considerable, algunos arboles pequeños en las esquinas también estaban
cubiertos de pequeñas luces.
-Me encanta- dije, mientras él me
acomodaba la silla –¿Cómo conoces este lugar?
-El dueño es un amigo mío- dijo,
mientras se sentaba.
La puerta que une al vagón con el
otro se abrió, un joven mesero con una jarra de agua y dos menús, el chico se
acerco a la mesa y sirvió agua en las copas. Dejo dos menús frente a nosotros y
pude notar que sus mangas recorridas hasta los codos, sus brazos estaban llenos
de tatuajes en colores muy vivos, su brazos eran fuertes, muy grandes a
comparación de los brazos de Danniel que más bien eran delgados.
-En un momento tomo su orden- dijo
el mesero, con una voz muy gruesa.
El tipo de los tatuajes abandonó el
vagón y cerro la puerta que unía con el otro vagón.
-¿No viene mucha gente, verdad?
-Sí- contestó –viene mucha gente, es
un lugar bastante famoso- no sabía si lo decía con sarcasmo.
-Lo puedo notar, esa inmensa fila de
gente esperando entrar.
Danniel río y buscó mi mano a través
de la mesa.
-Es porque hoy no esta abierto.
-Okay…- no entendía muy bien el
concepto. –Entonces, ¿por qué estamos aquí?
-Porque el mesero, me debe algunos
favores.
El mesero no parecía el tipo de
amigos de Danniel, no es como que conociera todos sus amigos, sólo conocía a
Tatiana, su mejor amiga lesbiana –y que lo fuera hacía que mi alma regresará a
mi cuerpo- pero el chico no parecía para nada el tipo de Danniel, el mesero con
sus tatuajes, su poblada barba, su labio perforado y el tatuaje en el brazo,
era todo lo contrario a Danniel.
-¿El mesero puede hacer esto?-
pregunté.
-¿Qué?
-Tú sabes, abrir el
restaurante-ferrocarril, para satisfacer a sus amigos.
-No es sólo el mesero- espetó
–también es el dueño- me guiño un ojo.
-Supongo que también es nuestro chef.
-Lola, deberías convertirte en
vidente.
Se acerco a mí y me planto un beso,
uno rápido y suave.
-Deberíamos mirar el menú.
Danniel puso su atención en el menú,
como si estuviera leyendo un complicado manual, su mano volvió a tomar la mía,
era como si le doliera no tocarme.
-Sabes- dije, sin quitar la vista
del menú –antes odiaba los domingos.
-¿En serio?, ¿y qué paso?
-Tú.
Danniel apartó la mirada de su menú
y me miro a los ojos, era como sus ojos azules vieran a través de mi, como si
supiera cada palabra que iba a decir. En sus labios se dibujo una sonrisa, su
mano que aún sostenía la mía apretó con más fuerza sin lastimar la mía.
-Y hoy, justamente, un domingo,
cumplimos una semana- lo dijo con un tono indescifrable –¿No crees que tal vez
estemos yendo rápido?
-Tal vez- contesté –¿quieres frenar?.
-No- apretó mi mano más fuerte –no
quiero- nos acercamos y nos dimos un beso, un beso largo. El lugar era el ideal
para eso, nadie que nos molestará o que nos interrumpiera… o casi nadie: el
mesero-dueño-chef-amigo de Danniel, comenzó a hacer ruidos con la garganta.
Danniel y yo nos reincorporamos, una
sonrisa complice se pintaba en los labios de ambos, estabamos tomados de las
manos, como si no hubiera forma de que se nos separara, como si no existiera
fuerza humana capaz de hacer que nos separáramos.
-¿Ya están listos para ordenar?- preguntó el
chico, con una pequeña libreta y una pluma en las manos.
-Claro- dijo Danniel, tomó el menú
de nuevo. –Yo quiero un…
Danniel fue interrumpido por un
ruido, la oxidada y vieja puerta, estaba siendo golpeada por fuera, parecía que
podía ser destrozada en cualquier momento, el chico de los tatuajes guardó la
libreta en la pequeña bolsa de su camisa y se dirigió a la entrada del vagón.
El chico recorrió la puerta y un hombre comenzó a gritar:
-¿Dónde esta?- gritó el hombre,
sonaba desesperado y de alguna forma familiar.
-Tranquilo señor, de que esta…- el
mesero no pudo terminar la oración, un brazo lo empujo y cayó al suelo. El
hombre había logrado subir.
-¡Cristo redentor!- solté, no era
cualquier hombre. Me levanté de la silla, Danniel no entendía nada y se levantó
de la mesa.
-¿Qué pasa?- me volteó a ver –¿Lo
conoces?
-Sí- tragué saliva, las manos me
empezaban a sudar y sentía las rodillas a punto de fallar –es mi papá.
-Tú…- Danniel abrió mucho los ojos
–papá- el chico miro de nuevo a mi padre que echaba chispas.
Mi papá se acerco a Danniel y sin
titubeos le soltó un golpe en la cara, el chico de melena rubia terminó en el
suelo, mi padre con la misma fuerza me tomó del brazo y me saco del vagón, sin
siquiera darme la oportunidad de despedirme o disculparme con el chico que dejo
tirado.
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