-Dicen
que los sueños son un reflejo de nuestros deseos más ocultos.
-¿Estás
diciendo que deseo ser violada por el vecino?- la cuestioné mientras picaba
cebolla.
-No- dijo
seria, mientras vertía pasta en agua hirviendo –lo que digo es que quizá todavía
te gusta.
-¿Eres
chef o psicóloga?
-Soy tu
madre.
-Deberías
abrir un consultorio, tu eslogan sería “consulta y comida al dos por uno”-
contesté como si la hubiera ignorado –serías un hit.
La puerta
de la cocina se abrió, mi padre entró y se acerco a mi madre, ella estaba
ocupada con la pasta, mi papá la tomó y le dio un beso.
-Hola
Lola- dijo mi padre y se acerco a darme un beso en la mejilla. Desde el castigo
habíamos estado evitándonos uno al otro.
-Hola pá-
dije mientras comenzaba a picar un jitomate.
No lo vi,
me concentré en la fruta, no quería verlo, estaba tan enfocada en picar que
sentía como si el cuchillo fuera parte de mi brazo, aunque estaba ocupada en mi
asunto, no podía evitar escuchar los susurros de mis padres.
-¿Cómo ha
estado?- preguntó mi padre en voz baja, pero no lo suficiente para que no lo
escuchara, era como si no quisieran que escuchara su conversación.
-Parece
reclusa- susurro mi mamá –se ha ofrecido a ayudarme todo el día.
Y eso fue
lo último que pude escuchar, mi mamá puso música y deje de escuchar su
conversación, terminé con los tomates y deje los utensilios de cocina para
limpiarme las manos en el delantal que llevaba puesto e inmediatamente me lo
quité.
-Terminé-
dije, dejando el delantal en la barra, justo al lado del estéreo. –Me voy a mi
habitación.
Abrí la
puerta de la cocina, cuando escuché una voz, pero no cualquier voz, era Danniel
hablando a través de un micrófono:
-Uno,
dos, tres, probando, probando- era lo que decía el chico a través del
micrófono.
Salí
rápidamente de la casa, esperando saber las respuestas de semejante escena.
Afuera estaba el chico de cabellos dorados con un megáfono, acompañándolo había
un grupo de gente que sostenía pancartas, la mayoría desconocidos, seguro
amigos de él, había poca gente que reconocía entre ellos Tatiana y el chico del
restaurante en el tren y por supuesto Demian y Valeria que iban acompañados por
Sebastián.
Me
acerque al zaguán y Danniel hizo lo mismo.
-¿Qué
haces?- pregunté esbozando una sonrisa.
-Exigiendo
la liberación de mi novia.
Me dio un
suave beso a través de los barrotes.
-Eres un
suicida- dije –no creo que a mi papá le guste esto.
-Las
cosas que haces por amor- el chico sonrió.
La puerta
que estaba sólo a unos metros de distancia se abrió.
-Pero…-
voltee, la expresión en el rostro de mi padre era indescriptible, mi madre
estaba igual, Sofía salió de la casa también, parecía no saber que pasaba y se
aferro al vestido de mi mamá –¿¡Qué demonios esta pasando!?- gritó mi padre
furioso, mientras se acercaba. –¿Qué es este alboroto?- preguntó con el mismo
tono de furia, llego a mi lado y miro al chico como si fuera a asesinarlo
–¡Lola, a la casa!- exigió.
Seguí sus
ordenes, aterrada me fui a la entrada de la casa, justo al lado de mi madre,
Danniel también se alejo y se dirigió a una camioneta, estaba abierta por
detrás parecía transportar un equipo de sonido.
Las
bocinas comenzaron a retumbar, de ellas comenzó a sonar “The man who can’t be
moved” de The script.
El chico
rubio que parecía no apreciar su vida, tomó su megáfono y comenzó a exclamar su
discurso:
-Exigimos la liberación de Lola Ferro del
Valle, que se encuentra encarcelada de forma injusta a causa de un
malentendido.
Los
vecinos y la gente alrededor se empezaron a juntar, todos preguntándose el
porqué del alboroto, en lo que podría ser la muestra de amor más linda –o más
vergonzosa, según el punto de vista- de amor de todo el tiempo.
Era
sorprendente ver lo influyente que era Danniel, al reunir a tantas personas,
amigos suyos, conocidos e incluso amigos míos. No sabía si reír o llorar, así
que sólo me quede callada.
-Ese
chico no aprecia lo suficiente su vida- soltó mi madre, que estaba igual o más
anonadada que yo.
-Lo mismo
pensé- dije.
Mi papá
sólo miraba con furia aferrado a los barrotes, tal vez si seguía así los
derretiría, dio media y vuelta y con voz rabiosa grito:
-Lola,
¿no me estas escuchando?- me cuestionó con furia, sus mejillas se ponían rojas,
no sabía si era vergüenza o furia lo que irradiaban –Lucero, ¿no harás nada?
Mi mamá
seguía en el trance inducido por tremenda multitud, al escuchar la voz de mi
padre regreso en sí, apretó los puños y dijo:
-Sí, voy
a hacer algo- soltó a Sofía y fue al zaguán, justo al lado de mi padre, se
vieron a los ojos y mi mamá salió de la casa.
-Voy a
apoyar a mi hija- fue lo que dijo mi madre y tomó la pancarta que sostenía
Danniel. Todos a su alrededor se emocionaron, como si de una súper heroína se
tratase.
Sólo
esperaba que eso no terminará en una pelea entre mis papás, no quería que mi
relación fuera la causa de un divorcio, menos el de mis padres.
Mi padre
salió de la casa, a diferencia de lo que creí no fue con mi mamá, fue a hablar
con Danniel.
Su charla
parecía eso, una charla, aunque podía notar la incomodidad de mi padre, tenía
los puños apretados y parecía que estaba listo para lanzar un rayo laser por
los ojos, tal vez a Danniel le gustaba
tener los ojos morados. De repente mi padre se desplazaba entre la multitud de
gente acompañado de Danniel, el silencio y las miradas curiosas era lo que
dominaba el ambiente, el dúo que formaban mi padre y mi novio, se convirtió en
trio cuando mi mamá los siguió, cuando llegaron a la entrada se habían
convertido en un grupo, pues Valeria, Sebastián y Demian los habían seguido;
como por instinto tomé a Sofía de la mano y entramos a la casa, mis padres y su
sequito los seguían a paso presuroso.
-Ustedes
no- dijo mi padre, con tono severo a mis amigos, a quienes cerro la puerta en
sus caras.
-¿Qué
pasa?- pregunté.
-A tu
cuarto- fue lo único que escuché decir a mi padre.
-Pero…
-A tu
cuarto- dijo mi papá, que no me dejo terminar.
-Vamos
Lola- mi mamá me tomó del brazo y comenzó a arrastrarme hasta mi habitación
–será mejor que nos dejen discutir esto a nosotros solos- seguido de esto,
cerró la puerta de la habitación, Sofía y yo nos miramos extrañadas, tal vez la
pequeña de siete años no entendía nada, pero en mi cabeza sólo rebotaba la
pregunta: ¿Ahora qué?
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